miércoles, 24 de junio de 2009

Papá ha venido contento

Esta tarde papá también ha venido contento a casa. Se ha quedado en calzoncillos y ha venido al cuarto de jugar para decirme hola. Me ha cogido por las manos y ha estado bailando y cantando conmigo mientras reía y decía cosas que no entendía porque parecía que tuviera la boca llena de comida. Luego de un rato, creo que al verme los ojos asustados, porque pisaba todos mis juguetes, y me hacía daño al cogerme tan fuerte de las manos, se ha metido en su dormitorio y ha cerrado la puerta con llave. Me alegra que mamá no esté en casa, así papá no gritará todavía.

Luego he ido al baño para ver cómo estaba mi hermano mayor. Se encierra en el baño cada vez que papá viene contento y, pegado a la puerta puedo oir cómo llora y da golpes en la pared. Cuando sale, está tan enfadado y nervioso que siempre me pega y tengo que escaparme a la cocina, el comedor, la despensa o el cuarto de la chacha, y esconderme un rato hasta que se le pasan las ganas de pegarme. Siempre tiene ganas de pegarme, de robarme la comida del plato, de romperme los juguetes... se enfada mucho conmigo, siempre, y nos peleamos mucho también, pero cuando papá viene contento, creo que se vuelve un poco loco. Yo le quiero mucho, es mi hermano mayor, pero cuando me pega o se vuelve loco dejo de quererlo un rato.

A mamá tampoco le gusta que papá venga contento. Discuten mucho, gritan y se enfadan. Si es de día, no salgo del cuarto de jugar y me quedo allí dentro hasta que me llaman para cenar. Cuando por la noche papá y mamá creen que dormimos, les oigo gritar y me da un poco de miedo. A veces, cuando papá viene tarde, y contento, nos despiertan los golpes que da en la puerta de su dormitorio, para que mamá le abra. Mi hermano también les oye, pero esconde la cabeza debajo de la sábana y se queda muy quieto, aunque su cama tiembla un poquito durante mucho rato. Yo intento pensar en el patio del cole, en mis juguetes, en cosas bonitas que me acompañen y hagan que me duerma, y así casi todos los días me despierto cuando ya es de día y nadie grita.

Hoy gritan mucho, me asusto y me levanto. Mi hermano duerme. Mis papás están en la cocina. Papá le grita a mamá que baje las manos y la pega con las manos cerradas. Mamá se tapa la cara, y papá la pega entonces en la barriga. Entonces mamá baja las manos para taparse la barriga, y papá la pega corriendo en la cara. Mamá chilla y papá la insulta. De repente estoy abrazando a mamá y pegando y empujando a papá, todo a la vez, y le grito que la deje, que no la pegue más, y que mamá no puede tener la culpa de que él esté gritando siempre... Le digo que los papás de verdad, los que son buenos, no pegan a las mamás. Papá desaparece, con una cara rarísima, y no sé dónde va. Mamá me sienta y me abraza en el sofá del distribuidor, y me dice llorando que me quiere mucho, y que soy muy valiente para tener sólo nueve años. Yo también lloro y me dejo abrazar y mecer durante mucho rato. Mamá se ha hecho la cama en el cuarto de jugar, y ha cerrado con llave. Yo he dormido en mi cama, porque quería estar con mi hermano, y me he quedado dormido cuando ya no podía llorar más.

jueves, 18 de junio de 2009

Una de Zombis - El cubil

-¿Se sabe porqué mutan? - inquirió Dorca al doctor García.
-Ni idea. Estamos en ello, pero con el material que tenemos poco podemos hacer. Estamos de vuelta a la Edad Media, me temo. - se lamentó García con desaliento.
-¿Qué sabemos entonces? ¿Han descubierto algo nuevo?
-Bueno, no gran cosa. Sienten prelidección por la carne humana, pero hemos visto que comen de todo, incluso vegetales. Además, cuando pasan hambre y no tienen a nadie a quien echarle el diente, recurren al canibalismo. De día se muestran apáticos, lentos, faltos de reflejos...
-¡Es cierto! - interrumpió Dorca. - Cuando me he enfrentado con ellos a pleno sol, ha sido ridículamente fácil. Pero de noche, es otro cantar...
-Exacto. Durante el día su metabolismo parece retardado, dormido. Pero por la noche se acelera. Parece ser que su mordedura es la forma corriente de contagio. Un buen bocado y te conviertes en zombie en un par de horas. Tengan cuidado.

Dorca y García miran al zombi a través del cristal de la ventana. Bajo la luz del sol, se muestra apático en su cercado. La única actividad que delata que está vivo es un husmeo constante y sonoro. Cada vez que un legionario pasa cerca de la celda el zombi olisquea intensamente y sus ojos brillan oscuros en sus cuencas.
-Parece que huela la sangre. Es asqueroso. - dice Dorca.
-Eso parece. - responde apesadumbrado García. -Por cierto, hemos descubierto en ellos un comportamiento gregario muy interesante. Se juntan en grandes números para descansar, durante las horas diurnas, en guaridas estables. Les gustan los edificios oscuros y profundos; sobre todo estaciones de metro, aparcamientos y alcantarillas. Igual que las ratas.
-O igual que insectos... ¿Como en una colmena? ¿Existe un jefe, una abeja reina?
-No estamos seguro. Duermen, se alimentan y cazan en manada. Pero no sabemos si existe un único cerebro en cada grupo de mutantes. En realidad tengo que admitir que no sabemos gran cosa sobre ellos. Es difícil capturar un ejemplar. Solemos matarlos y quemarlos ¿recuerda?
-Claro. Yo suelo tomar parte en las partidas de caza ¿recuerda? -contesta con una sonrisa.
-Por eso le hemos llamado. Tenemos un plan. Deje que le explique...

Dorca otea incesantemente las calle con los prismáticos. Desde el terrado del edificio de cinco plantas controla las dos calles que se cruzan justo a sus pies. A su lado descansan cinco legionarios, su equipo. Son buenos tipos, duros y avezados en el combate contra zombis y sabuesos, la compañía ideal para una cacería. Llevan tres días rastreando zombis y creen haber localizado una guarida importante en el edificio de enfrente. Dorca recuesta la espalda contra la barandilla de cemento y cierra los ojos. Imagina, recuerda, cómo era el mundo hace tres años. Un mundo sin zombis, con risas de niños y ruido de coches; con electricidad, ordenadores y un futuro. Maldice en voz alta y capta la atención de sus hombres. Sonríen, han aprendido a respetarle en tan sólo unos días y van acostumbrándose a los unos a los otros.

Repasan el plan de ataque una y otra vez: Asaltar la guarida divididos en parejas que avanzarán cubriéndose alternativamente. Tienen que registrarlo todo hasta descubrir y capturar al "cerebro" de la manada. Si tal cerebro existe, claro, porque su misión suicida se basa en una hipótesis y no en hechos probados. Para cumplir la misión, cuentan con el siguiente arsenal: machetes, ballestas, pistolas y un puñado de cargadores. Sin radios ni walkie-talkies están obligados a mantener el contacto visual y auditivo. Por los indicios y rastros de actividad que han hallado en los alrededores, calculan que puede haber veinte o treinta zombis en el cubil. El sol se alza en su cénit, es la hora acordada. Bajan las escaleras rápidamente y toman posiciones en la calle. Frente a ellos se alza el cubil de los zombis.

Dorca y Miguel son los primeros en entrar. Luego el resto, por parejas. La planta baja está desierta. Encuentran las escaleras y bajan, buscando el aparcamiento. Las paredes están manchadas de sangre y el suelo cubierto de papeles, trapos y huesos. El hedor que viene de abajo es insoportable. Encienden antorchas y bajan lentamente, sudorosos y atemorizados. A medida que bajan los pisos, todos desiertos, perciben una gran humedad. Techos, paredes y suelos están cubiertos de un limo oscuro y pringoso. Cuando llegan al sótano cinco, una puerta les barra el paso.

Tras muchos esfuerzos consiguen forzar la puerta con una pata de cabra. La empujan y entran, precavidos, con las armas en alto. Avanzan lentamente unos metros, pero algo va mal. La vacilante luz de las antorchas parece no alumbrar nada más que unos pocos centímetros, como si el aire oscuro y viciado la devorara. Dorca levanta un brazo, deteniendo a sus hombres. Escucha atentamente y sus ojos intentan penetrar la intensa penumbra. Cree ver unos diminutos puntos de luz alrededor de su grupo, pero no está seguro. Lanza la antorcha hacia delante, con todas sus fuerzas, iluminando cientos de cuerpos acurrucados en el suelo. Cae al suelo y, antes de apagarse, muestra la marea de zombis que se despierta y arrastra lentamente hacia ellos.

-¡Estamos jodidos! ¡Corred hacia la puerta! ¡Ya! -Ordena Dorca a sus hombres. Emprenden una loca carrera perseguidos por los veloces zombis. Suben dando grandes zancadas, disparando sus armas ciegamente hacia atrás, intentando no resbalar, tropezar y caer. Pero es en vano, ya en la cuarta planta, los zombis capturan y devoran a uno de ellos. En la planta segunda, cae otro más. Cuando pisan los peldaños que dan a la planta baja, la luz del día les ilumina y otorga nuevas fuerzas. Si hay luz, hay esperanza. Dorca y sus hombres arrojan las antorchas a sus perseguidores y plantan cara, acuchillando docenas de garras y brazos y vaciando los cargadores hasta quedarse sin munición. Pero los bichos son demasiados, y pierden otros dos compañeros. Los zombis los arrastran hacia abajo entre gritos de terror.

A Dorca se le hiela la sangre escuchando sus gritos desesperados. -¡A la calle, rápido! ¡Tenemos que aprovechar este momento de respiro! - le grita Dorca a Miguel, el único legionario que queda con vida. Corren como alma que lleva el diablo y alcanzan la puerta de salida. Una vez en la calle se detienen y giran para ver si les siguen. Nadie, no les sigue ni un maldito zombi. Deben estar atracándose con sus compañeros. Buena merienda. Dorca se fija en el letrero que cuelga encima del portal del cubil: Casa del Pueblo. Sonríe amargamente, qué putas ironías tiene la vida, le da un codazo a su camarada, y emprenden la huida sin mirar atrás.

Cuando muere el día, se abre en silencio la puerta de la Casa del Pueblo. Es la boca del infierno que vomita una legión de zombis enloquecidos. Olisquean el aire, olisquean el suelo, gruñen y vuelven a olisquear. Al cabo de unos minutos detienen su grotesca danza y, como un sólo zombi, se giran y miran hacia el norte. Durante unos segundos parecen estatuas, y todo es silencio. Entonces, como movidos por una sola voluntad, emprenden una veloz y silenciosa carrera hacia el norte, siguiendo el rastro fresco, tras los pasos de los dos hombres.

domingo, 7 de junio de 2009

Madrugón electoral

De camino a mi mesa electoral sólo me he cruzado con un gigantón borracho que iba haciendo unas eses increibles y me ha sonreido estúpidamente, al cual he sorteado dignamente. Y, luego con el quiosquero, con el que he intercambiado un somnoliento "buenos días".

He llegado puntual, a las ocho menos cinco. Nos han hecho esperar en la calle unos veinte minutos. Al lado tenía al típico enteradillo que iba repitiendo, con voz cascada "esto no lo había visto nunca, nois, ¡organización!".

Un mosso en la puerta, y dos o tres interventores del PSC con llamativas carpetas rojas del Partido con la palabra PSC resaltando en blanco, y el El Pais bajo el brazo. Parecían clones, son tan previsibles nuestros sociatas. No he sido capaz de ver a ningún otro interventor de los otros partidos. Tal vez sean más discretos y no les gusta hacer propaganda subliminal, qué se yo.

Entre la cincuentena de ciudadanos allí congregados había de todo, pero la mayoría aparentaba ser clase media del Ensanche. Me han llamado la atención dos sudacas, que deben tener la nacionalidad española, y un bombón rubio con pañuelo palestino al cuello. Qué pena, estropear algo tan bonito y lozano con esa prenda estúpida y siniestra. En fin...

Gracias a Dios, han venido el Presidente y los vocales, con lo que, tras echar una firmita, cap a casa, nois. He dado un rodeo para pasar por la Serra y comprar unos cruasanes para las niñas, pero todavía estaba cerrada, maldita sea...

sábado, 6 de junio de 2009

Acoso

Cuando la guerra civil, un soldadito más bien mono, un niño en realidad, se presentó ante su capitán una noche de tormenta, tembloroso y llorando.

Le explicó que su sargento, un italiano fascistón, mercenario y veterano de Abisinia, que se vino al Tercio de Nª Señora de Montserrat de voluntario a finales de 1936, había abusado de él.

Tras un par de meses de insaciable acoso, consiguió darle por culo, vaya, con una bayoneta de por medio, con toda la fuerza de su físico duro y curtido, la ventaja de su edad y, lo que es peor, ejerciendo todo el poder jerárquico e intimidatorio de su grado.

Esa noche lluviosa, fría y miserable, la tienda del sargento se convirtió en improvisada sala de torturas y dolor. Al italiano le gustaban los jovencitos, la guerra y la milicia más allá de toda medida.

-Si hablas, te mataré - le dijo el puto fanfarrón cuando le permitió escapar de su guarida. Un rato antes, mientras le desataba las muñecas doloridas, le anunció que pensaba nombrarle su asistente, para tenerle siempre a mano.

Lo fusilaron al alba, lloraba como una niña...